Segovia tiene casi el mismo encanto que Toledo, pero en horizontal, que no es poca cosa para nuestros pies castigados. El acueducto romano es inconcebible, imponente, conmocionante, tocar esas piedras que fueron instaladas hace más de 2000 años es maravilloso.
También conocimos la Catedral con sus leones de lengua metálica y llegamos hasta el Alcázar, magnífico palacio fortificado de los reyes de León.
Volvimos por la judería y comimos un cochinillo justo debajo del acueducto, en el Mesón de Cándido, que no es Rivera.
A la vuelta, como no habíamos podido comunicarnos con el Estre y Antonieta, pasamos por su casa a dejarles una carta y la providencia o el espíritu de los viajeros hizo que los encontráramos justo cuando salían con Olimpia y terminamos despidiéndonos con un café en lo de los "tanitos", en el mercado de Antón Martín.
Mañana sale el tren a Córdoba a las siete y media de la mañana, así que a acostarse temprano, que el viaje sigue.
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