Hoy nos toca conocer la ciudad de Toledo, viajamos de ida en el tren de alta velocidad AVE y volvimos en colectivo. La ciudad de Toledo es increíble, es remontarse de golpe mil años e internarse en la historia de castillos y caballeros.
Toledo en cada esquina tiene una sorpresa, si hasta en un negocio, donde compramos un abrecartas, nos dejaron pasar a un pozo de agua de una cisterna romana que habían descubierto mientras ampliaban el local.
Comimos en Plaza Mayor ciervo, cerdo, sopa castellana y migajas toledanas, mientras tratábamos de entrar al teatro a apenas unos metros de ahí, donde estaba ensayando nuestros amigos Ezequiel y María Antonieta que esa noche daban un espectáculo de tango, no fue posible.
En la parroquia Santo Tome, Caro se quedó media hora frente a la obra “El entierro del conde de Orgaz”, una de las pintura más increíbles del Greco.
Después recorrimos una muestra de los Templarios, otra de aparatos de tortura (de la cual huímos despavoridos) y finalmente una de los inventos de Leonardo en el edificio de la Hermandad (primera policía), con mazmorras incluidas.
Antes de salir logramos dar con la mezquita (logramos porque está media atravezada con respecto a los mapas que dan, tan es así, que cuando llegamos a una esquina donde creíamos que debería estar, en una pared está escrito: "Querido visitante ¿buscas la mezquita? Lamento decirte que por aquí no es, está en la c/Cristo de la Luz").
A la vuelta paseamos por la Puerta de la bisagra y luego de pelearnos con los mapas (y hasta de sorprender a un par de toledanas porque no la conocían) conocer la puerta de Alfonso X, que tiene una serie de recovecos impensables para asegurar la defensa de la ciudad ante el ataque de los moros.
A la vuelta, medio molidos, cenamos otros montaditos en el departamento y a la cama, el cuerpo ya no daba para cañitas.
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