Salimos de Adeje a las 6 de la mañana, recorrimos la pequeña e histórica ciudad de San Cristóbal y llegamos al aeropuerto de Tenerife Norte, donde tomamos el avión de Iberia hacia Londres.
En Londres nos agenciamos de tres tarjetas Oyster (los menores de 11 no pagan) y con el subte, derecho hacia la estación Victoria, que nos dejó a apenas tres cuadras del hotel.
Luego de dar algunas vueltas medio perdidos por Victoria, finalmente llegamos al Easy Hotel, diminuto, realmente diminuto, pero pagable, es que en Londres, y más en la zona céntrica, dos metros más y tenes que hipotecar tu casa para poder reservar una pieza. Lo simpático de este hotel es que es chico en serio, las valijas apenas pasan por el ancho de los pasillos y las camas van de pared a pared del cuarto, por lo que te tenés que subir por la punta. Y los baños son un chiste de diseño, la ducha está casi integrada con el lavatorio y si te levantás distraido del inodoro, te das la cabeza contra el mismo lavatorio; ¡son más chicos que los baños del camarote del crucero!
Bueno, dejamos las valijas y nos fuimos en subte hacia Abbey Road, no podíamos pasar por Londres y no tratar de sacarnos la famosa foto cruzando la calle. Tarea casi imposible porque llegamos de noche y los londinenses están un poco hartos de nosotros los turistas que nos ponemos a hacer morisquetas en plena senda peatonal parando el tráfico.
De ahí, también en subte, fuimos hasta Baker Street, precisamente al 221 B de Baker Street, no estaba Sherlock.
De nuevo en subte hasta la estación King Cross, precisamente a la plataforma 9 3/4 . Habíamos trasladado las capas y bufandas de Harry Potter más de 20 mil kilómetros especialmente para este momento, y Macarena y Francisco dieron cuenta de la situación, sumergiéndose de lleno en la fantasía de hechiceros y dragones en pleno centro de Londres.
Cenamos medio de parados en la misma King Cross y nos tomamos otro subte a la zona de Picadilly.
Caminar por Picadilly Circus nos hizo entender porqué nos gusta tanto Nueva York, Times Square, con todo su fausto y magnificencia es apenas una copia plástica de estas calles.
De ahí comenzamos a caminar, medio deshauciados, hacia el Big Ben, que iluminado de noche es magnífico.
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