Odio los caminos de montaña, especialmente cuando manejo coches ajenos y llevo la familia atrás, por lo que cuando vi que el GPS me hizo bajar de la autopista, frené frente a esa bajada donde veía perderse al resto de los autos. Dí marcha atrás y me volví a subir a la autopista, porque parecía que había otro camino más adelante.
Craso error.
Finalmente tuvimos que tomar el camino de montaña para bajar al acantilado, esta segunda opción mucho más escarpada, me cache en dié, que la primera porque lo comprobamos a la vuelta. Eso sí, este camino fue mucho más pintoresco porque en medio del trayecto nos encontramos con Tamaimo, un pueblito de montaña, donde desayunamos en un bar lleno de ciclistas.
Al pie de los Gigantes nos bañamos entre las rocas.
Después en una pileta natural y en una playa de arena negra volcánica.
Almorzamos por ahí unos “pescaitos” y nos volvimos al atardecer a Adeje.
Tenerife, de etapa de casualidad se transformó en un destino inolvidable.
Cuando volvimos al hotel aún había tiempo de más agua, y los chicos dieron cuenta de ella.
Mención aparte es este señor, que veraneaba con su esposo y su hijo, ¡después me rompen a mí con mis zungas!
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